Las añadas primigenias de este tinto hoy ya centenario son un misterio hasta el tinto de la cosecha 1928, del cual hay testimonios de cata relativamente recientes. Los expertos de la web Todovino (ya desaparecida), que lo descorcharon en 2006, juzgaron que aún «mantenía complejidad aromática: tofe, tabaco, ebanistería, desván, cardamomo, jengibre», ofreciendo «sensación dulce en boca, pero aún con acidez», concluyendo con no poca sorpresa que «aguanta el tipo mejor que el Imperial del 48». «Nosotros también lo catamos, pero la emoción de probar un Imperial de la primera década en nuestro caso excede la posibilidad de realizar un ejercicio crítico», reconoce la directiva de CVNE. El rigor es clave en la elaboración de un tinto que solo ve la luz en las mejores añadas, unas 150.000 botellas del Reserva y 50.000 del Gran Reserva. Si alguna cosecha no da la talla -2002, 2003, 2006 o 2013, las más recientes- la uva prevista se destina a los vinos de CVNE. «Por eso se dice que los años que no hay Imperial, CVNE es mejor», razona Urrutia.
Cuando se está realizando este reportaje la vendimia aún no ha concluido: siguen llegando los preciosos racimos de tempranillo, graciano y mazuelo recogidos en las viñas que históricamente proveen la materia prima para la elaboración de Imperial Reserva y Gran Reserva. Larrea, con 12 años de experiencia en la casa, es optimista: «Buen color, estructura y tanino; ¡yo creo que tenemos la uva para Imperial 2020!».
Habrá que esperar meses y multitud de catas y analíticas para que los vinos entren en su etapa final: la crianza en barricas, 24 meses en el caso del Reserva y 36 el Gran Reserva. Y luego la maduración en botella, tres años más. El premio a esta paciencia llega a veces con una medalla, como en 2013, cuando Wine Spectator bendijo a Imperial Gran Reserva 2004 con el primer puesto en su Top 100, único vino español en lograrlo. Otras, la satisfacción es aún mayor, pues adquiere visos de perpetuidad, como sucede con esta centésima vendimia de Imperial.
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